Cada vez más lúcido, Porcel escribía en La Vanguardia de ayer el siguiente artículo, breve y clarividente, y tal vez por ello pesismista, análisis del panorama catalán:
'De tebeos y chistorreos
Este país llega a cotas de trivialidad portentosas. Si los más o menos enemigos de Catalunya analizaran bien la materialización política, cultural y social del cuadro formal o teórico de valores que exhibimos, sabrían que con cuatro abalorios nos contentarían, pintorescos indígenas de la selva nacionalista. Bueno, subnacional, pues todavía no somos España, Alemania, Rusia o Marruecos…
Así, estos días cunden los artículos y comentarios que consideran la nimia pifia de Carod-Rovira y de Bargalló alrededor de la Bienal veneciana como una vergonzosa hecatombe. O sea, que esos críticos en su provincianismo se estremecen de pavor o placer ante la posibilidad de un ridículo catalanista, como si en el mundo político no se sucedieran episodios semejantes, y hasta de envergadura. A la par, Carod protagonizó en una cadena televisiva otra anécdota, esa de si se llama José Luis o Josep Lluís, magnificada por los millones de espectadores que van de un canal a otro horas y horas, cual ovejunos especímenes. Y lo digo en positivo, reconforta que la gente halle medios de acceso a su felicidad. Asuntillo ese del Josep y José que si en España despertó el habitual sarpullido, en Catalunya fue apreciado como si se hubiera reconquistado Valencia. Y menos mal que Madrid, con tanto espacio televisivo de famoseo, futboleo, politiqueo y tebeo, no percibe en su velazqueña estulticia la naturaleza de todo eso, o seríamos de forma definitiva, en lugar de intermitente, mero “peix al cove”.
También Frankfurt rebosó de trascendentalizadas facècies. Supongamos, la de los conspicuos intelectuales que al escuchar en un discurso la palabra “polla” - ¿sería en catalán o en alemán?-, metida en un jocoso trabalenguas infantil, cual el de “setze jutges mengen fetge”, saltaban de alegría patriótica y transgresora creyendo que habíamos ganado el espacio cultural europeo, reventando sus marcos conceptuales.
Panorama al que se agrega Maragall, siempre a punto de la última pirueta, diciendo que quienes andan con pancartas del “Freedom for Catalonia” podrían apuntarse a ese partido que acaso él pespuntea. O sea, que desconoce tanto la doctrina de dicha hipótesis política como la de los simpáticos hijos de familia freedom.
Todo lo cual supone un toma y daca de retrancas dialécticas, que ayer eran de café y ahora son mediático-tertulieras. Un animado ambientillo, vamos. Que si no logra obligar a que los trenes de cercanías funcionen, ofrece la ventaja de poder mear en Barcelona donde se quiera. Algo es algo.
Siendo entonces según debe ser, lo que nos va es el tironeo a la contra, pues ante lo positivo nos desarmamos, graciosillos sin pegada de fondo. Luego protestamos sin cesar de si la Cope, el Papa y los obispos españoles, y he ahí que Martínez Sistach, clérigo juicioso y preparado donde los haya, será nombrado cardenal y ni chistamos. Claro, le falta el chistecito. Sin importar que constituya hoy la única noticia catalana con auténtico contenido.'