7 de febrero de 2005

En la vida, con ser duro no basta

Tenía ganas de escribir sobre "Million Dollar Baby", el último film dirigido por Clint Eastwood, que pude ver el pasado viernes, pero me he encontrado en "La Vanguardia" de ayer con esta crítica de Lluís Bonet Mojica que plasma de manera prácticamente perfecta, aquello que a mí me hubiera gustado escribir sobre ella:

En su crítica de Sin perdón,cuyo guión Clint Eastwood guardó diez años hasta tener la edad necesaria para encarnar al protagonista, el admirado José Luis Guarner hablaba de planos dignos de John Ford y de una "autoridad narrativa e inspiración de un maestro". Casi doce años -y ocho películas- más tarde, Eastwood comparece con Million dollar baby,proyecto acogido con reticencia (pusieron menos dinero del habitual) por Warner. El boxeo, afirmaban esos ejecutivos que, como dijo Eastwood en 1995, tienen "mentalidad adolescente y hacen cine para adolescentes", carecía de gancho comercial.

¡Qué cortedad de miras! Million dollar baby no es una película de boxeo, sino que aprovecha su mundo, sus reglas, su lenguaje y sus personajes para metaforizar la soledad humana. También la perenne condena al fracaso que rige la vida de sus protagonistas. Million dollar baby es una lección moral, una lección de cómo contar historias. En suma, una lección de cine, como no se veía en una pantalla hace tiempo. Aparecen personajes que pueden perderlo todo, salvo la dignidad. Son perdedores (a Eastwood siempre le fascinó la figura del perdedor, siendo él, en apariencia, un ganador) que, en el crepúsculo de su vida, guardan una gran amargura interior y un escepticismo exterior ante los nuevos tiempos.

Un avejentado Clint Eastwood (no se pierdan su voz, cascada pero persuasiva) interpreta genialmente a Frank Dunn, propietario de un gimnasio que conoció tiempos mejores y donde entrena a improbables futuros campeones. También corretea por allí un disminuido psíquico, apodado Peligro, antológico personaje salido de las páginas de un guión modélico, para quien este agrietado recinto deportivo supone el hogar que nunca tuvo, y los puñetazos que lanza al aire, su venganza inconsciente por ser como es. El subalterno de Dunn es un boxeador negro, Eddie, a quien él entrenó en el pasado y de cuya tara física, la pérdida de un ojo, se siente responsable.

Este personaje interpretado por Morgan Freeman se erige en narrador de la historia mediante un recurso estilístico sólo revelado al final y que conviene no desvelar. Como no conviene desvelar -por respeto al futuro espectador y a la soberbia estructura dramática del filme- otro aspecto de la historia. La figura de Maggie (maravillosa Hilary Swank), una joven empeñada en ser entrenada para subir al ring y convertirse en figura del boxeo femenino.Un modo, engañoso, de salir del lumpen.


"Con ser duro no basta", reza un cartel en el gimnasio regentado por Frank y su ayudante Eddie. Dos tipos que se conocen demasiado bien como para perder el tiempo hablando, aunque mantienen algunos diálogos impagables. Los críticos de cine somos otros perdedores a la hora de recomendar películas a improbables lectores, pero sería imperdonable que se perdieran este admirable edificio fílmico, creado por un arquitecto excepcional y habitado por seres tremendamente humanos, o sea, contradictorios.

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