7 de febrero de 2017

Mathias Enard, Brújula



El penúltimo Premio Goncourt se atribuyó a esta novela, escrita por un autor francés que vive en Barcelona y habla, dicen, un árabe perfecto. En esta ocasión no se trata de mil y una, sino sólo una larga e insomne noche en la que se evoca un compendio de historias, pero también de anécdotas, de nombres – algunos conocidos, otros no tanto - que ponen de relieve como las diferentes culturas de Oriente y Occidente más incluso que influenciarse, han convivido con naturalidad y no tienen por qué estar inevitablemente destinadas a enfrentarse. Franz Ritter, musicólogo orientalista, quiere escapar de la muerte y del dolor y para ello recurre al opio, a sus recuerdos y a sus querencias desde una Viena que en algún momento llegó a considerarse como la Puerta de Oriente. Desde su apartamento recuerda otro piso, aquel de París en el que el escritor iraní Sadeq Hedayat, autor de La lechuga ciega, se quita la vida, pero también la noche pasada al raso entre las ruinas de Palmira – ese escenario ya desaparecido, destrozado por la barbarie – en compañía de los otros principales protagonista de la narración, también orientalistas: Faugier y, especialmente, Sarah, de la quien Ritter está enamorado, quien busca hacerse un hueco en el mundo académico en el que Ritter ya está instalado. En esta novela francesa sobre la fascinación oriental, y particularmente árabe, resuenan los ecos del austríaco Bernhard y del italiano y germanista Magris, quienes son citados en más de una ocasión en un brillante texto que ha contado para su versión en castellano con la traducción cómplice de Robert Juan-Cantavella.


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