1 de enero de 2008

Reseña: Keith Jarrett/Gary Peacock/Jack DeJohnette - My Foolish Heart – Live At Montreaux

Comencemos el año con buen pie, cumpliendo con un antiguo compromiso, pues prometí, en una entrada anterior, escribir sobre My Foolish Heart – Live At Montreaux, editado por ECM (y distribuido en España por Nuevos Medios):

Grabado en el 2001, Jarrett ha guardado las cintas del concierto hasta ahora, sabiendo – viejo zorro – que debía madurar un poco, como el vino, para poder lanzarlo al mercado. En las notas interiores, el pianista considera que la actuación que recoge este doble compacto ha sido la única noche en la que han sentido como podían agarrar por el cuello a la audiencia e introducirlos en la música que él y sus viejos camaradas interpretaban. Y todo ello, pese a problemas con la luz, el sonido y el calor, aunque, conociendo a Jarrett, lo extraño sería que no hubiese encontrado problemas. Tal vez por esos problemas, la calidad parezca crecer a partir de las tres versiones ragtime que recoge la grabación: dos de “Fats” Waller – “Ain’t Misbeshavin’” y “Honeysuckle Rose” – y otra, que corresponde al clásico de Hart y Rodgers, “You Took Advantage of Me”, que anteceden a una estupenda versión del Straight, No Chaser”, que, aparte de los murmullos de Jarrett, presenta un muy notable trabajo de Peacock y DeJohnette – que tienen un notable protagonismo durante todo el disco, todo sea dicho -. Las piezas enumeradas ya señalan un notable eclecticismo, en una actuación que se abrió con una nada fácil y larga versión de “Four” de Miles Davis. Pero hay que coincidir con el autor de “The Köln Concert”, aquella fue una noche especial y lo complejo parecía adquirir una súbita levedad, y las piezas aparentemente más leves esconden en su interior apasionantes recovecos: véase la mágica – no podía ser de otra manera, claro está - irrupción de “Bewitched, Bothered and Bewildered” durante la revisitación del “Five Brothers” de Gerry Mulligan.
En un momento musical – en sus aspectos creativo e industrial – un tanto confuso, que pone de relieve tal vez más que nunca aquella boutade atribuida a Zappa, de que escribir sobre música es como bailar arquitectura, pocas cosas más gozosas hay para un humilde escribiente sobre discos que escribir sobre uno como éste. Y si no se ha conseguido hasta ahora coger por el cuello al lector y arrastrarlo a la tienda de discos a por un ejemplar, ha sido, evidentemente, un fracaso del cronista. Con todo, y aun siendo por iniciativa propia, haría bien el lector en acercarse a este “The Foolish Heart”, pues pocos ejemplos recientes habrá parecidos en su capacidad de reactivar el entusiasmo por la música, con m mayúscula.

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