Manuel Rodríguez Rivero se estrena hoy como colaborador de Babelia. Le acompañarán cada sábado las ilustraciones de Max, como la que ponemos hoy adornando esta entrada. Me gusta empezar el sábado leyéndolo.
Con todo, el plato fuerte del suplemento cultural de El País, es un artículo de Enrique Vila-Matas, teóricamente una crítica de A lo largo del camino, de Julien Gracq, pero que se convierte en un sincero homenaje al escritor francés recientemente fallecido. Apenas las primeras líneas se dedican a la obra que teóricamente se comenta:
Pienso en aquello que Tolstói dice de Napoleón y que Julien Gracq transcribe en A lo largo del camino: "Con un gran tacto y una gran experiencia, con calma y dignidad, cumplió su papel de jefe imaginario". Podríamos perfectamente aplicarlo al propio Gracq, último clásico de la literatura francesa.
La última frase determina como prosigue la ¿reseña?, de la cual reproducimos algunas líneas, escogidas casi al azar:
Le creíamos anticuado y es el más moderno de todos, es el porvenir.
En El mar de las Sirtes el procedimiento narrativo acoge tendencias y tradiciones literarias que el autor absorbe y transforma, lo que le relaciona, aunque sea sólo de manera oblicua, con ciertas técnicas modernas, borgianas, por llamarlas de alguna forma. El mar de las Sirtes no sólo se alimenta de los materiales que le proporciona la vida, sino que también crece, misteriosamente, sobre otros libros. Es una novela hecha con el estilo de un espíritu nuevo que absorbe, transforma y, finalmente, restituye, con una forma inédita, la enorme materia literaria que le precede.
Pero no sólo este aspecto intertextual sitúa El mar de las Sirtes en el aire del tiempo, sino también la victoria francesa del estilo sobre la trama, su sentido terrible de la percepción, la conexión con las ventanas altas de la poesía... Todo eso la sitúa en la pista de plata de la novela del futuro. La trama, por ejemplo, es tan lenta como el atardecer terrible de una civilización de antiguo esplendor, ya apagándose: poética de la inactividad y de la ensoñación solitaria y del contagio nebuloso entre la trama y un estilo que termina por avanzar a zancadas mientras la trama, tirada por el suelo, a duras penas le sigue, arrastrándose.
Pero no sólo este aspecto intertextual sitúa El mar de las Sirtes en el aire del tiempo, sino también la victoria francesa del estilo sobre la trama, su sentido terrible de la percepción, la conexión con las ventanas altas de la poesía... Todo eso la sitúa en la pista de plata de la novela del futuro. La trama, por ejemplo, es tan lenta como el atardecer terrible de una civilización de antiguo esplendor, ya apagándose: poética de la inactividad y de la ensoñación solitaria y del contagio nebuloso entre la trama y un estilo que termina por avanzar a zancadas mientras la trama, tirada por el suelo, a duras penas le sigue, arrastrándose.
¿Y qué decir de la morosa espera que cruza la trama de El mar de las Sirtes y nos acerca al presentimiento terrorífico del estéril porvenir que a Occidente le espera? La novela es, de hecho, una sorprendente aproximación a lo que nos está sucediendo ahora. Es la narración de una decadencia brutal y de una angustia. Es literatura de percepción, no profética.
El libro de Gracq no sólo se sitúa en esta corriente de escritores con espejos que se adelantan, sino que parece conocer el centro de nuestro problema actual: la situación de absoluta imposibilidad, de impotencia del individuo frente a la máquina devastadora del poder, del sistema político.
Por otra parte, en ABCD han perdido a Manuel Rodríguez Rivero, pero se mantiene Andrés Ibáñez, que ha empezado el año en plena forma, pero de él hablaremos en otra ocasión.
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