"Durante el almuerzo David tuvo la impresión de que quizá hubiera llevado demasiado lejos su desdén por la mojigatería de la clase media. Ni siquiera en el bar del Calvary and Guards Club podía alardearse del incesto pedófilo homosexual con la confianza de obtener una acogida favorable. ¿A quién podía contarle que había violado a su hijo de cinco años? No se le ocurría ni una sola persona que no prefiriese cambiar de tema (y algunas reaccionarían mucho peor). La experiencia en sí había resultado breve y brutal, pero no del todo desagradable. Sonrió a Yvette, le dijo lo hambriento que estaba y se sirvió una brocheta de cordero con habichuelas verdes.
- Monsieur se ha pasado la mañana tocando el piano.
- Y jugando con Patríck - añadió David, piadosamente.
Yvette comentó que a esa edad eran agotadores.
- ¡Agotadores! - convino David.
Yvette salió de la habitación y David se sirvió otra copa de Romanée - Conti que había sacado de la bodega para cenar pero luego había decidido beberse a solas. Siempre quedaban más botellas, y aquella maridaba muy bien con el cordero. "Solo lo mejor; si no, nada": era el código que regía su vida, siempre y cuando el "nada" no tuviera lugar. No cabía duda, era un sensualista, y no por este último episodio, no había hecho nada que implicara un riesgo médico, solo se había frotado un poco entre las nalgas, nada que no fuera a ocurrirle al chico en la escuela a su debido tiempo. Si había cometido algún delito, era aplicarse demasiado en la educación de su hijo. Era consciente de que ya tenía sesenta años, le quedaba mucho que enseñarle y muy poco tiempo".
Edward St Aubyn, El padre (La novelas de Patrick Melrose). Traducción de Crus Rodríguez Juiz. Random House Mondadori, Barcelona, 2013.
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