22 de enero de 2016

The end of the tour, James Ponsoldt



La gira a la que alude el título es la de promoción por parte de su autor, David Foster Wallace, de la novela La broma infinita, una obra ambiciosa de más de mil páginas de extensión, que conocerá un éxito crítico y público mayúsculo (seis reediciones en su primer mes). David Lipsky, también escritor, pasó con Wallace una semana: había convencido a la revista Rolling Stone para dedicar un reportaje al escritor con el argumento de que “hace diez años que no se entrevista a un escritor en esta revista”. Habría de pasar más tiempo aún: el reportaje no fue publicado, pero le sirvió a Lipsky para escribir un libro tras el suicidio de Wallace, que sirve de base de este film.

Así, el inicio es el conocimiento por parte de Lipsky (a quien incorpora Jesse Eisenberg) de ese hecho, lo que motivará que busque las grabaciones de las conversaciones que mantuvo con Wallace (aquí, un esforzado Jason Segel): a partir de allí, la película reconstruye aquellos días en los que convivieron ambos autores. Como punto de partida supone un reto del que James Ponsoldt y su guionista Donald Margulies saben salir relativamente bien librados, evitando convertir su obra en un mero juego de réplicas y contrarréplicas ofreciendo un ajustado retrato de la tortuosa personalidad de quien escribió Entrevistas breves con hombres repulsivos, una persona de una inteligencia y sensibilidad excepcionales, extremadamente tímido y con dificultad de manejarse en situaciones sociales “normales”. De la misma manera que Lipsky evita interrogar a su admirado homólogo sobre su presunta adicción a las drogas – para enojo del editor de Rolling Stone -, el film tampoco cae en el recurso fácil al morbo y destacan momentos anecdóticos a la par que reveladores como porque el escritor decide intercalar Foster entre David y Wallace, el momento en el que, a la llegada a la emisora de radio en la cual va a ser entrevistado, éste presenta a Lipsky como su amanuense, “el señor Boswell”, y cómo tal es saludado, antes de llegar a la noche final en la que el autor de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer  confiesa a su interlocutor que su primer intento de suicidio se debió quizás “a que llevaba una vida demasiado americana, a la convicción de que todo iría bien si hacía x, y, z”.

Nota: Un interesante retrato de David Lipsky, en el cual hay una mención a esa semana transcurrida en común, titulado “Los años perdidos y los últimos días de David Foster Wallace” se halla en el muy recomendable  volumen Conversaciones con David Foster Wallace, editado por Stephen J. Burn, publicado en España por la editorial Pálido Fuego.


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