7 de septiembre de 2015

Maigret



"No se tomaba por un superhombre, ni se creía infalible. Antes al contrario, empezaba sus investigaciones, incluso las más sencillas, con una especie de humildad.

Desconfiaba de la evidencia, de los juicios apresurados. Pacientemente, se esforzaba por comprender, no ignorando que los móviles más aparentes no siempre son los más profundos.

Aunque no tenía una idea muy alta de los hombres y de sus posibilidades, continuaba creyendo en el hombre.

Buscaba sus puntos débiles. Y, cuando ponía el dedo sobre uno, no cantaba victoria, sino que, al contrario, sentía un cierto abatimiento.

Desde la víspera, sentía que había perdido pie, pues se había encontrado, sin preparación, frente a gente de las que no sospechaba ni siquiera la existencia. Todas sus actitudes, sus propósitos, sus reacciones, le eran extraños y se esforzaba vanamente por clasificarlos en una categoría.

Sentía necesidad de amarlos, incluso a aquella Jaquette que, sin embargo, le ponía fuera de sí".

Georges Simenon, Maigret y los ancianos. Traducción de Jesús López Pacheco. Editorial Luis de Caralt, Barcelona, 1962.

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