Disculpen las molestias, pero hay ocasiones en las que la actualidad nos interpela, no podemos escapar de ella. Disculpen también porque esta entrada la voy a tratar de escribir del tirón, sin edición ni añadiendo enlaces, por lo que su lectura puede resultar deslavazada y con - espero que no demasiados, errores tipográficos, ortográficos y gramaticales.
Ya saben sobre qué voy a hablarles. Aunque hayan tratado como yo de evitar estos útimos días, estas últimas horas, los telediarios, las portadas de los diarios o las redes sociales, estoy seguro que han visto la foto del cadáver del pequeño Aylan Kurdi, de sólo 3 años, en la orilla de una playa turca. Un niño, bien vestido, yace en una posición en la que que no por inverosímil, muchos niños de esa edad pueden dormir de puro cansancio. Fallecieron junto a él, un hermano un poco mayor y su madre, condenados al anonimato. Su padre, que únicamente quiere regresar a su lugar de origen a enterrar a su familia, explica desde la portada de un diario: "se me escaparon de las manos". Probablemente, también hayan visto alguna otra foto de Aylan, vivo junto a su hermano o en solitario, imágenes que incluso ahora puedan llegar a conmover más que la primera, la que motiva estas líneas.
Soy padre de un niño que recién acaba de cumplir los seis años. Precisamente, desde su nacimiento he ido constatando como me he sensibilizado mucho más a los sufrimientos de los pequeños. No es que antes me resultaran indiferentes - siempre tengo en el recuerdo por ejemplo, una imagen de una madre ante el cadaver de su hijo que perdió la vida mientras jugaba en una ciudad de Irak por la explosión accidental de una bomba -, por supuesto, sino que ahora me calan emocionalmente de un modo que antes no lo hacían: la(s) foto(s) de Aylan, como en otras ocasiones alguna de un pequeño enfermo, la noticia de cuatros niños de Tarragona, muertos en un incendio, etc., no se me van de la cabeza, me causan un malestar casi físico, insomnio o incluso pérdida de apetito.
Supongo que esa es la razón por la que los medios y personas bienintencionadas difundieron esas fotos: no creo que mi caso sea único y gran parte de la población socialmente activa que cuenta entre veinte tantos y cuarenta y tanto años son padres más o menos recientes y la conmoción que les puede provocar esas imágenes tal vez pueda llevar a presionar a sus gobiernos o a colaborar con diferentes ONG que trabajan con los refugiados sirios. No es una cosa reciente, en "La lentitud", Milan Kundera se pregunta porque la prensa sólo ofrecían imágenes de niños durante una crisis de hambruna en África: ¿acaso los adultos no morían de hambre también? Precisamente uno de los recuerdos de la infancia más precisos que tengo es el de ver a mi padre llorando mientras veíamos en el imágenes de alguna catástrofe humanitaria reunidos comiendo en la mesa.
Pero no es de eso de lo que quería hablarles, la verdad. Tampoco tengo muy claro, les tengo que reconocer, cual es el objetivo de escribir todo esto. Ayer me venía a la memoria, d manera recurrente, el momento en "Días de radio" de Woody Allen, en el que la familia protagonista se apiña ante la radio para seguir la retransmisión en directo del rescate de un niño que ha caído a un pozo: finalmente es rescatado, pero quien transmite se da cuenta de que cuando llega a la superficie, el crío está muerto. El padre de la familia, por toda respuesta, abraza más fuerte a su hijo que ha seguido la retransmisión en su regazo. Pues bien, yo ayer, llamé a mi hijo a casa de mi suegra, donde está mientras sus padres trabajamos y hubiera querido hablar con él por el teléfono hasta que llegara el momento de ir a recogerlo...
Ahora se hace claro que la motivación de estas líneas es más bien egoista, que sea mi hijo y no Aylan. Sí y no. Creo que mi hijo no ha visto - o no ha reparado en ella - la imagen del cadaver de Aylan en la playa. Si la hubiese visto, es posible que me hubiese preguntado, y estas líneas son la respuesta a esa pregunta no formulada. Toda muerte de un niño, por la causa que sea, es cruel, es injusta. Alguna, como por ejemplo una enfermedad, tiene su explicación. Otras, como la del niño sirio, no o es complicada.
A riesgo de caer en la autoayuda, creo que las catástrofes como la de Siria o las crisis africanas son incomprensibles, y no sólo para un niño pequeño: un laberinto de intereses cruzados en los que la ciudadanía afectada no son más que trágicos y desesperados peones en un tablero infernal.
Decía Schopenauer que lo que nos conmueve y nos lleva a dar limosna a un mendigo es el hecho de que nos imaginamos que podemos estar en su situación. Y tal vez sea cierto: en el momento en que nos encontramos parece que sólo unos pocos en el planeta pueden estar convencidos de que su suerte no podrá ser la de la familia de Aylan. Otros, creo que muchos, si que nos ponemos en la piel de esa familia y de la de otras familias en Siria o en otros países en conflicto y de su deseo de ofrece a sus familias - y especialmente a sus hijos - un futuro mejor, aunque para conseguirlo sea necesario correr riesgos.
Acabo ya. No hay explicación posible, hay situaciones que no tienen ningún sentido y, en abstracto, es posible que no la vida no tenga ningún sentido, me imagino respondiendo a mi hijo. Lo único que podemos hacer es tratar de dar algún sentido a nuestra existencia, disfrutando en lo que podamos de nuestra familia y nuestros amigos, cultivando nuestras aficiones, dedicando tiempo a aquello que nos parece importante - aunque a otros no se lo parezca - y tratando de hacer el bien durante nuestra andadura. Hagamos eso, concluiría, también como un acto de justicia poética con todos los Aylan que han sido, son y serán y que apenas si pudieron dar unos pocos y balbuceantes pasos sobre la faz de la tierra.
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