2 de junio de 2014

Hi ho


"He tenido algunas experiencias con el amor, o creo haberlas tenido, aunque las que más me han agradado se podrían describir como "simple decencia". Traté bien a alguien por un tiempo breve, o quizá por un tiempo tremendamente largo, y esa persona me trató bien a su vez. El amor no tenía nada que ver.
Además: no puedo distinguir entre el amor que siento por la gente y el amor que siento por la gente y el añor que siento por los perros.
Cuando era niño, y no estaba mirando comediantes en el cine o escuchando comediantes por la radio, pasaba mucho tiempo revolcándome en la alfombra con perros que brindaban su afecto sin el menor sentido crítico.
Todavía lo hago a menudo. Los perros se cansan mucho antes que yo, y se sienten confundidos e incómodos. Yo podría seguir para siempre.
Hi ho
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Una vez, al cumplir veintiún años, uno de mis tres hijos adoptivos, que estaba por viajar al bosque tropical amazónico con el Cuerpo de Paz, me dijo:
- Nunca me has abrazado.
Así que lo abracé. Nos abrazamos. Fue muy agradable. Fue como revolcarme en la alfombra con un gran danés que teníamos.
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El amor está donde lo encuentras. Creo que es una necesidad ir a buscarlo, y creo que a menudo puede ser venenoso.
Ojalá la gente que convencionalmente debería amarse se dijera, en medio de una pelea: "Por favor, un poco menos de amor y un poco más de simple decencia".
Mi experiencia más larga con la simple decencia ha sido con mi hermano mayor, mi único hermano, Bernard, que es un científico que se dedica al estudio de la atmósfera y ejerce en la Universidad Estatal de Nueva York, en Albany.
Es viudo, y cría a dos hijos pequeños por su cuenta. Lo hace bien. También tiene tres hijos grandes. 
Al nacer, nos dieron mentes muy diferentes. Bernard nunca podría ser escritor. Yo nunca podría ser científico. Y, como nos ganamos la vida con la mente, solemos considerarla un instrumento, algo separado de nuestra conciencia, de nuestro yo central.
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Nos hemos abrazado tres o cuatro veces. En los cumpleaños, probablemente, y con torpeza. Nunca nos hemos abrazado en momentos de pesadumbre.
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Al menos, las mentes que nos han dado disfrutan del mismo tipo de humor: Mark Twain, Laurel y Hardy.
Además, son igualmente desordenadas.
(...)
Mi padre le hablaba de algo que había leído en una revista el día anterior. Parecía que los científicos de la República Popular China estaban experimentando para empequeñecer a los seres humanos, así no tendrían que comer tanto ni usar ropa tan grande.

Mi madre miraba el fuego. Mi padre tuvo que contarle dos veces ese rumor sobre los chinos. La segunda vez, ella replicó lánguidamente que suponía que los chinos podían lograr cualquier cosa que se propusieran."

Kurt Vonnegut, Payasadas. Traducción de Carlos Gardini, La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2014.

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