Nikita, alarmado, veía a su alrededor miles de gargantas que vociferaban "¡Victoria! ¡Victoria!" con una sola voz. Después volvió en sí, y se puso él también, a agitar el gorro y a gritar: "¡Victoria!". Alguien le dio una palmadita en la espalda. Un viejo marino bigotudo miraba con placer su joven rostro.
- Levantaremos Rusia, ¿verdad, hijo?
- ¡Hurra! - gritó Nikita todavía más fuerte y de repente se quedó helado al sentir que había gritado desde el fondo de su alma, que se había dejado arrastrar hacia el torbellino del entusiasmo de las masas, que era allí donde encontraba por primera vez lo que había buscado confusamente durante todos aquellos años, desde el asalto del Metropol en 1917, cuando siendo un niño de diecisiete años se unió al destacamento de Frunze: un arrebato y la adhesión a aquel arrebato.
Vasili Aksiónov, Una saga moscovita. Traducción: Marta Rebón. Editorial La otra orilla. Barcelona, 2010.
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