Llega un grito a través del cielo. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con que compararlo.
22 de agosto de 2013
Lecturas de agosto
"En suma, los secretos abundan, y Betty es la que más tiene, como de todo lo demás. Aun así, todo el mundo, si no está contento, tampoco está descontento. Y van tirando."
Alan Bennett, Dos historias nada decentes. Traducción de Jaime Zulaika. Editorial Anagrama, Barcelona, 2013.
"Törless no era capaç de pensar en res; només veia... Veia darrrere les paraules un sobtat i salvatge remolí d'escenes... homes: homes, enmig d'una resplendor, amb lluïsors clares i ombres bellugadisses i profundament soterrades; cares... una cara; un somriure... uns ulls que s'obren... una esgarrifança; veia homes en actituds abans mai vistes, mai experimentades. Però els veia sense veure'ls, sense figuració, sense imatges, com si només els veiés la seva ànima; se li apareixien tan clars que penetraven de mil maneres en el seu cos; però, com si s'aturessin en un llindar que no podien travessar, retrocedien tan bon punt buscava les paraules que l'haurien convertit en el seu senyor."
Robert Musil, Les tribulacions del jove Törless. Traducció de Jordi Llovet. Enciclopèdia Catalana, Barcelona, 2006.
2 de agosto de 2013
¡Cómo nos gusta Lena Dunham!
La intención de hoy era la de hablarles de la serie Girls, en concreto de su primera temporada, que es la que he podido ver esta semana pasada, gracias a la Biblioteca del barrio. Como indicador de mi apreciación, baste decir que tan pronto como acabé de ver estos diez capítulos emitidos el año pasado, me precipité al ordenador para descargarme los diez capítulos que se han podido ver este 2013, si bien es verdad que todavía no los he visto.
De la serie lo que en principio me resultó llamativo es que contara con el aval de estar producida por Judd Appatow. Y estos episodios, e imagino que la creadora de la serie, Lena Dunham, comparten con el cine de Appatow su voluntad de hacer un ejercicio autobiográfico tamizado de un humor inteligente (sí, inteligente). De hecho, cuando hablo de inteligencia aplicada al humor no me estoy refiriendo a ese tipo de humor que busca la sonrisa cómplice del espectador al que se le ha halagado su - supuesta - propia inteligencia. Personalmente, el humor que me gusta es, naturalmente, el que me hacer reír o, cuando menos, me hace dibujar una franca sonrisa de sorpresa en la cara. Un ejemplo de lo que trato de decir y aplicado a esta serie podría ser el siguiente: sabedora Dunham de que, teniendo en cuenta que las protagonistas de la serie son cuatro mujeres, las comparaciones o menciones con la bien conocida serie Sexo en Nueva York - no enlazo, me da que el lector de este blog no está interesado en saber más sobre esa serie y si me equivoco le emplazo a que busque esa información en otro sitio - iban a ser inevitables, opta ya en el primer capítulo por que una de esas principales protagonistas compare su propia personalidad con prácticamente las cuatro protagonistas de la serie protagonizada por Sarah Jessica Parker - tampoco enlazo - ... Pero no hay que asustarse, las similitudes entre ambas series no van más allá, empezando por el hecho de que sexo, sexo, en la primera serie, apenas había más que en el título y en las pretendidamente "graciosas" conversaciones entre sus personajes. En Girls, hay más sexo - y no precisamente únicamente en las conversaciones -, en el segundo episodio, por ejemplo, hay algo de sexo sucio que, parafraseando a Woody Allen, es el bueno.
Y ya decía que le intención era hablarles sobre esta serie, pero se ha cruzado en mi camino un excelente y extenso artículo firmado por Elaine Blair en The New York Review of Books que, aunque aún no lo haya acabado de leer, me atrevo a recomendar encarecidamente y al que creo que poca cosa podría añadir. Dedica además un amplio comentario ese sexo sucio del segundo episodio que, al parecer, fue motivo de controversia crítica en los Estados Unidos. Así se podrán ahorrar mis disquisiciones sobre, por ejemplo, lo mucho que hablan y lo poco que se escuchan los personajes de la serie, tal y como sucede en nuestra vida diaria, y así atreverme a afirmar que los jóvenes maduros de Appatow y las y los jóvenes más inmaduras e inmaduros de Dunham pueden resultar tan o más reales que los ancianos de Haneke (aunque reconozco que para desarrollar bien esta teoría necesitaría del talento de Carlos Losilla), por mucho que el segundo esculpa en la marmórea solemnidad de la tragedia y los segundos esbocen en cómico carboncillo. De cómo de bonito me ha parecido el final del episodio en el cual el personaje al que incorpora la propia Dunham regresa un fin de semana a casa de sus padres en algún estado del interior - no lo recuerdo - y tras descubrir que ya no se siente vinculada a sus orígenes, y desde el jardín de la casa de su progenitores llama por teléfono a Adam, que es algo así como su pareja, para que se asome a la ventana de su apartamento y le cuente lo que ve, y Adam no le habla del paisaje urbano, sino de una vieja excéntrica que deambula por la calle y con la que el propio Adam ha hablado alguna vez...
1. "Fish Tank" (2009, dir. Andrea Arnold)
2. "Días de Cielo" (1978, dir. Terrence Malick)
3. "Al Filo de la Noticia" (1987, dir. James L. Brooks)
4. "Weekend" (2011, dir. Andrew Haigh)
5. "La Pointe Coure", "Cleo from 5 to 7", "Le bonheur", "Vagabond" (dir. Agnes Varda)
6. "Todos nos llamamos Alí" y "El matrimonio de Maria Braun" (dir. R.W Fassbinder)
7. "Picnic en Hanging Rock" (1975, dir. Peter Weir)
8. "Perros de Paja" (1971, dir. Sam Peckinpah), "Inseparables (1988, dir. David Cronenberg)
9. "Como en un Espejo" (1961, dir. Ingmar Bergman)
10. "The War Room" (1993, dir. Chris Hegedus y D.W. Pennebaker)
La lista está extraída de una entrada del blog de Filmin que tiene el estúpido título de "Las 10 pelis favoritas de 10 directores geniales" y, qué quieren que les diga, ver ahí Picnic en Hanging Rock - e, incluso en menor medida, el documental de Hegedus y Pennebaker o el Sin techo ni ley (Vagabond) de Varda - , me ha lllegado al corazón...
1 de agosto de 2013
Leyendo en agosto...
Ya ha comenzado agosto y ya empiezo a rendir cuentas de mis lecturas tal y como, de alguna manera, me había comprometido ayer.
Aunque previamente, y si se me permite la anécdota, ninguno de los libros que en esa entrada comentaba que me había propuesto leer figura en la heterogénea selección que ha hecho El Periódico (creo que, por el momento, sólo es accesible vía web para suscriptores de pago) de 23 títulos para el verano. He leído uno de la lista, como No soy Sidney Poitier, regalo de O por mi cumpleaños...
(por cierto, el traductor automático del programa considera que "Sidney" es incorrecto y me ofrece como alternativa, "disidente", ahí lo dejo).
Ahora sí, ya puedo comentar que ayer, disfrutando del tiempo libre mientras esperaba que pasara el técnico para cobrarme la factura por haber arreglado el día anterior el termo de agua caliente, pude acabar El ejército furioso, de Fred Vargas.
Hacia tiempo - varios años - que ya no leía a la autora negrocriminal francesa y estaba, en cierto modo y por decirlo de una manera un tanto cursi, bastante ilusionado por reencontrarme con su criatura, el comisario Adamsberg, al que en el transcurso que llevaba sin saber de él, le ha "aparecido" un hijo de veintipico años, aunque continua resolviendo casos gracias a una intuición que su cuerpo somatiza en diversos síntomas físicos, como bolas de electricidad en la nuca. Tal vez la memoria me traicione, pero creo que en esta novela abundan más los diálogos y la narración, no sólo por esta causa, parece más escueta, más cinematográfica, con un protagonismo más repartido entre el personal, tan o más excéntrico que él, al servicio de Adamsberg - entre los cuales destaca la rivalidad entre Danglard y Veyranc - y el resto de personajes, es decir, los sospechosos de haber cometido los hechos criminales.
Como ya indiqué ayer, lo que más me ha gustado ha sido la conexión entre tres intrigas - una de las cuales, por cierto, queda sin solucionar (o al menos sin castigo) - lo que induce a que el libro se lea, como suele decirse, "de un tirón". Lo que menos, como me suele ocurrir con este género, la resolución, que es algo alargada - incurre en la moda, tan socorrida en el último cine de género, del falso final -, además de la ya habitual trampa de recurrir a información adicional que se ha escamoteado hasta justo ese momento al lector.
Ya he comentado en el párrafo anterior que uno de los crímenes que Adamsberg y los suyos han de resolver queda sin castigo aunque, bien mirado, tampoco parece deducirse que los responsables de los otros dos vayan a ser castigados por ellos, aunque por variadas razones. Extenderme en ellas haría que me viera obligado a ofrecer detalles que creo que perjudicarían al lector interesado habida cuenta, además, de que es precisamente la evolución de la(s) intriga(s) - que no, insisto, su desvelamiento - el aspecto que considero más positivo de una obra que, por lo demás, bien puede merecer una posible lectura.
Ayer también comencé pues con otro volumen, El anarquista que se llamaba como yo, de Pablo Martín Sánchez. He leído la introducción y el primer capítulo. Pese a su extensión pienso que es un libro que puedo leer con cierta comodidad y puedo simultanear con otras lecturas, también apuntadas ayer, como Leyner o Foster Wallace. Me ha sorprendido, en comparación con su primer libro, FrICCIONES, la apuesta, por lo poco que he leído, por una literatura algo más convencional. La acción se despliega temporalmente en dos planos: la biografía desde su nacimiento - literalmente -del personaje principal y las andanzas de éste, ya adulto, en el París de los años 20. Abundan, en las pocas páginas que he leído, las menciones a datos históricos que acaecen mientras se va sucediendo la narración - como la creación del Instituto Nacional de Meteorología, por ejemplo - o la inclusión, como personajes, de famosas personalidades históricas: en estas primeras páginas, Vicente Blasco Ibáñez o Ángel Pestaña, recurso bastante habitual... Veremos.
Coda: Leí FrICCIONES, gracias a esta reseña de José Luis Amores, editor de Pálido Fuego y por lo tanto de Leyner y de Foster Wallace...
Aunque previamente, y si se me permite la anécdota, ninguno de los libros que en esa entrada comentaba que me había propuesto leer figura en la heterogénea selección que ha hecho El Periódico (creo que, por el momento, sólo es accesible vía web para suscriptores de pago) de 23 títulos para el verano. He leído uno de la lista, como No soy Sidney Poitier, regalo de O por mi cumpleaños...
(por cierto, el traductor automático del programa considera que "Sidney" es incorrecto y me ofrece como alternativa, "disidente", ahí lo dejo).
Ahora sí, ya puedo comentar que ayer, disfrutando del tiempo libre mientras esperaba que pasara el técnico para cobrarme la factura por haber arreglado el día anterior el termo de agua caliente, pude acabar El ejército furioso, de Fred Vargas.
Hacia tiempo - varios años - que ya no leía a la autora negrocriminal francesa y estaba, en cierto modo y por decirlo de una manera un tanto cursi, bastante ilusionado por reencontrarme con su criatura, el comisario Adamsberg, al que en el transcurso que llevaba sin saber de él, le ha "aparecido" un hijo de veintipico años, aunque continua resolviendo casos gracias a una intuición que su cuerpo somatiza en diversos síntomas físicos, como bolas de electricidad en la nuca. Tal vez la memoria me traicione, pero creo que en esta novela abundan más los diálogos y la narración, no sólo por esta causa, parece más escueta, más cinematográfica, con un protagonismo más repartido entre el personal, tan o más excéntrico que él, al servicio de Adamsberg - entre los cuales destaca la rivalidad entre Danglard y Veyranc - y el resto de personajes, es decir, los sospechosos de haber cometido los hechos criminales.
Como ya indiqué ayer, lo que más me ha gustado ha sido la conexión entre tres intrigas - una de las cuales, por cierto, queda sin solucionar (o al menos sin castigo) - lo que induce a que el libro se lea, como suele decirse, "de un tirón". Lo que menos, como me suele ocurrir con este género, la resolución, que es algo alargada - incurre en la moda, tan socorrida en el último cine de género, del falso final -, además de la ya habitual trampa de recurrir a información adicional que se ha escamoteado hasta justo ese momento al lector.
Ya he comentado en el párrafo anterior que uno de los crímenes que Adamsberg y los suyos han de resolver queda sin castigo aunque, bien mirado, tampoco parece deducirse que los responsables de los otros dos vayan a ser castigados por ellos, aunque por variadas razones. Extenderme en ellas haría que me viera obligado a ofrecer detalles que creo que perjudicarían al lector interesado habida cuenta, además, de que es precisamente la evolución de la(s) intriga(s) - que no, insisto, su desvelamiento - el aspecto que considero más positivo de una obra que, por lo demás, bien puede merecer una posible lectura.
Ayer también comencé pues con otro volumen, El anarquista que se llamaba como yo, de Pablo Martín Sánchez. He leído la introducción y el primer capítulo. Pese a su extensión pienso que es un libro que puedo leer con cierta comodidad y puedo simultanear con otras lecturas, también apuntadas ayer, como Leyner o Foster Wallace. Me ha sorprendido, en comparación con su primer libro, FrICCIONES, la apuesta, por lo poco que he leído, por una literatura algo más convencional. La acción se despliega temporalmente en dos planos: la biografía desde su nacimiento - literalmente -del personaje principal y las andanzas de éste, ya adulto, en el París de los años 20. Abundan, en las pocas páginas que he leído, las menciones a datos históricos que acaecen mientras se va sucediendo la narración - como la creación del Instituto Nacional de Meteorología, por ejemplo - o la inclusión, como personajes, de famosas personalidades históricas: en estas primeras páginas, Vicente Blasco Ibáñez o Ángel Pestaña, recurso bastante habitual... Veremos.
Coda: Leí FrICCIONES, gracias a esta reseña de José Luis Amores, editor de Pálido Fuego y por lo tanto de Leyner y de Foster Wallace...
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