De entre todas las terribles noticias con las que está finalizando el año - y no han sido pocas - una de ellas me ha desasosegado bastante, hasta el punto que aquí me hallo, escribiendo sobre la misma. Me refiero a la del joven que murió tras quedar atrapado en un contenedor de ropa usada. Estos contenedores disponen de un dispositivo antirrobo que hace que las personas que tratan de sustraer prendas de su interior queden atrapadas por el tronco, provocando la muerte por asfixia. La noticia indica que ya ha habido otras muertes. Tuvo que ser una muerte atroz. Pero lo peor de todo es que, tal vez, este joven - magrebí, añade la noticia - supongo que trataría de buscar prendas para abrigarse él mismo o, tal vez, para malvender... Tal vez, conociera los riesgos que corría y aún así ya se sabe que quien nada tiene que perder, está dispuesto a todo...
Lo cierto es que, pensando en la desesperada situación de este joven, cuán ridículos resultan ahora nuestras inquietudes, anhelos y deseos para este nuevo año que se aproxima y que algunos, en las inevitables, agobiantes, y estereotipadas felicitaciones que se envían por correo electrónico o por la mensajería del teléfono móvil, ya obvian pasando a depositar sus esperanzas en el 2014, abstrayéndose vanamente del hecho de que hasta entonces, habremos de pasar 365 días con sus respectivas noches que, para mucha gente, se pueden hacer muy largas.
Y aun así nos empeñaremos en llevar una vida feliz que, como dijo Cicerón, nadie puede tener a menos que viva de manera honrada, sabia y justa.
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