El azar ha querido que, mientras voy leyendo la última novela de Paul Auster, haya encontrado un minúsculo volumen de Enrique Vila-Matas, dentro de la colección Cuadernos Alfabia. Uno de los dos ¿artículos? del mismo se titula No soy Auster y desde el principio, su contenido me ha parecido familiar con las reflexiones que me está provocando la lectura de Un hombre en la oscuridad. Cito, pues, el arranque:
"Debilidad por Paul Auster, al que ahora a algunos les ha dado por denostarlo. Yo creo que la curva del aprecio a su obra inició un peligroso descenso cuando se supo que no era tan conocido en Estados Unidos como en Europa. En España - país corroído por la envidia, gran deporte nacional - la noticia de que aquella persona tan afortunada- aquel hombre inteligente, rico y guapo y de gran éxito - no era valorado en Estados Unidos como lo valorábamos nosotros se extendió como la polvora. "Ya te lo decía yo. Si es que somos unos papanatas", empezó a oírse."
Dejemos de lado que el recurso a la envidia hace semejarse a Vila-Matas a un Garci, pongamos por caso. El caso es que el autor de Doctor Pasavento, siente "simpatía literaria" por el autor de Ciudad de cristal, y no sólo eso: las coincidencias vitales y estilísticas pero también las diferencias con él le sirven como un estímulo a su propia creatividad.
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