6 de marzo de 2006

Siempre Jünger

La obsesión de Jünger por pensar y repensar los pasos del tiempo evidencia que el cultivo de la memoria es una mirada interior sobre los sedimentos que conforman nuestra biografía. Con todo, que alguien que en su juventud militó en las filas de la subversión expresionista que estuvo en guerra contra la Modernidad se deje arrastrar, llegada la madurez, por la reflexión cuidada y el distanciamiento estilístico con el que están escritas las obras que aquí se comentan, no deja de ser bastante chocante.De este modo se demuestra que el Jünger que escribió Tempestades de acero (1919) o Fuego y sangre (1925), y que colaboró en los abruptos años veinte en revistas de corte filonazi como Standarte, Arminius o Der Vormasch, fue templando su efervescencia juvenil. La sustituyó por una introspección sutil que hizo posible que se decantara hacia una senda de ensimismamiento esteticista y aristocrático cuyos pasos fueron dados progresivamente a lo largo de la década de los treinta, siguiendo para ello un itinerario que comenzó con Carta siciliana al hombre de la luna (1930), Sobre el dolor (1934), Viaje Atlántico (1938), la segunda versión de El corazón aventurero (1939) y Sobre los acantilados de mármol (1939).La razón de ello hay que buscarla en la reflexión que el propio Jünger plantea sobre la relación del arte con el poder, llegando a la conclusión, tal y como sostiene en El autor y la escritura (1984), de que «es una cuestión de vida o muerte para el espíritu creador»; de ahí que pusiera tierra de por medio entre el poder y él cuando se produjo el triunfo hitleriano, alejándose de la vida pública para refugiarse en la escritura.
Consciente de que desde la Guerra del 14 la arquitectura que sostiene la realidad estaba perdida para cualquier ejercicio de voluntad de poder individual, el héroe bélico de su juventud decidió plegar sus velas violentas y buscó un fondeadero en el que guarecerse de la catástrofe que impuso a partir de entonces un «Espíritu del Tiempo» dedicado a esquilmar las escasas reservas espirituales que subsisten en un mundo devorado por la Técnica y el nihilismo. De este modo, Jünger sustituye la dimensión exterior de la aventura por otra de factura y tensión interiores. Ser fiel a la primera era todavía posible a finales del XIX, tal y como evidenciaron con distinta fortuna Rimbaud o Burton. Sin embargo, después del desgarrón emocional y la sangría de vitalidad excelente que supusieron las trincheras y el gas mostaza, el romanticismo aventurero se convirtió en un imposible.En este sentido, el texto con el que comienza Esgrafiados es una pieza determinante dentro de esta transmutación biográfica de Jünger. La Carta siciliana al hombre de la luna, escrita en 1930, es un sismógrafo acerca de sus decisiones estilísticas y personales. Estamos ante una búsqueda apolínea de significación espiritual al margen del «tempo»: una apertura de su escritura hacia un territorio meta-geográfico cartografiado mediante una mirada estereoscópica que trata de pasar de puntillas, desdoblada, sobre la realidad nacida con el siglo XX.
Luz y sombras. Producto directo de este esfuerzo son sus diarios que, con el título de Radiaciones, comienzan poco antes de que se desencadene otra guerra mundial, en la primavera de 1939. Por tales «radiaciones», explica Jünger, hay que entender las impresiones que dejaron en su memoria el fino enrejado de luz y sombras que el mundo y sus objetos proyectaron sobre ella; en concreto: la experiencia que tuvo para él la invasión alemana de Francia en 1940, los primeros años de su ocupación y el surgimiento de una oposición militar que, de la náusea inicial, adquirió la fórmula final de una conspiración antihitleriana de la que el propio Jünger fue una pieza fundamental.Reedición de la magnífica traducción hecha por Andrés Sánchez Pascual en 1989, la publicación de Radiaciones responde al esfuerzo de la editorial Tusquets de seguir manteniendo en la primera línea de los anaqueles de nuestras librerías la obra de un autor excepcional que, a pesar de sus contradicciones e inquietantes ambigüedades, va demostrándose cada vez más sugerente y fructífero en sus análisis según pasan los años. De ahí el acierto de publicar Esgrafiados (1960), hasta ahora inéditos, ya que estamos ante una reflexión en forma de «grafitis» con vocación intemporal sobre las cicatrices que tensan el mundo y la cotidianidad de los hombres que lo habitan.El valor de esta obra radica en que de sus páginas emerge, a pesar de los años, un Jünger que es capaz de desplegar un vivo aroma dionisiaco que evoca el estilo de los imperecederos fragmentos de su admirado Nietzsche. Como cuando dice que la vida es «una preparación para cosas que jamás se harán en la vida. Es la caza de lo imposible? Las obras y los hechos se nos caen como pétalos. Con el tiempo salen volando igual que sueños, pero lo que de esta forma concebíamos en lo absoluto, se hace evidente ahora en el corazón del fruto, en la cicatriz».
Texto: José María Lasalle escribe sobre Raciones II. Diario de la segunda guerra mundial (1943-1948), de Ernst Jünger en ABCD las artes

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