Para su primer disco firmado con su sólo nombre desde hace casi veinte años, Ry Cooder ha escogido hacer una obra temática: la crónica de la desaparición de un barrio pobre y latino en las afueras de Los Ángeles, sobre cuyos cimientos se construirá un gran estadio de béisbol que acogerá al equipo de los Dodgers, recién mudados de New York.
Hemos dicho temático, que no monotemático: ni emocional ni musicalmente este disco de Cooder es como el color de las fotografías del libro que lo inspiraron: en blanco y negro. La sensación que domina en la escucha es la de una cierta nostalgia, pero también hay espacio para el humor e incluso la esperanza y musicalmente también es variado, aunque con claras influencias del sonido latino.
Las piezas que componen el disco hacen referencia al paraíso siempre perdido de los pobres, al anticomunismo – no olvidemos que estamos hablando de un disco “ambientado” en los cincuenta -, el boxeo, el rock’n roll – versión de “3 cool cats” de Leiber & Stoller – el fenómeno ovni - ¡de nuevo los cincuenta! – los retratos más o menos románticos, más o menos desolados, de perdedores – por momentos parece estar escuchándose al mismo Tom Waits – de beisbol – cómo no podía ser menos -, antes de acabar en una pieza bellísima que resume a la perfección el álbum: “soy luz y sombra”, o esperanza – que ya se sabe que es lo único que se pierde – y tristeza, pero siempre desde un punto de vista optimista.
Como resultaba poco menos obligado, la producción es espléndida y a la llamada de Cooder han acudido amigos como su propio hijo Joachim, Jim Keltner, Jon Hasell, el gran Lalo Guerrero – atentos a su estupendos “Corrido de boxeo” o “Barrio Viejo -, Chucho Valdés o Flaco Jiménez, entre otros. Una heterogénea nómina de colaboradores, como heterogéneo es este disco, desde ya a situar entre las principales obras de su autor.