"Hasta entonces, Burnaby había ejercido un pleno control de sus flirteos: había que calmar a la chica, nerviosa ante el vasto uniforme que tenía delante. Ahora las cosas eran al revés, lo cual le dejaba perplejo y le excitaba a la vez. No había que andarse con rodeos para concertar una cita. Él la pedía y ella se la daba. A veces se veían en el teatro, a veces él iba derecho a la rue Fortuny, un lugar que - ahora que tenía tiempo para examinarlo - se le antojaba mitad mansión, mitad estudio de artista. Había paredes tapizadas de terciopelo, loros encaramados sobre bustos, jarrones tan grandes como garitas de guardia y tantas plantas erguidas y fláccidas como en el Jardín Botánico de Kew. Y entre semejante derroche y alarde había las cosas sencillas que el corazón deseaba: comida, cama, sueño y desayuno. Un hombre apenas se atrevía a pedir más. Se oía vivir a sí mismo".
Julian Barnes, Niveles de vida. Traducción del inglés de Jaime Zulaika. Editorial Anagrama, Barcelona, 2014.