Decíamos hace poco, con Alberto Manguel, que una biblioteca estaba compuesta de dos mitades: la de los libros que recordamos y la de los libros que hemos olvidado. No hay espacio pues para los libros perdidos, aquellos volúmenes que un día adquirimos, nos regalaron, intercambiamos, prestaron y de los que no deshicimos consciente o inconscientemente.
Juan Carlos Onetti en Reflexiones de un perdedor (vía tijeretazos) homenajea a sus libros perdidos en un brillante escrito que concluye así:
"Y en cuanto a mis libros perdidos me pregunto con frecuencia, nerudianamente:
¿Dónde estarán
entre qué manos
mostrando qué palabras?"