No hay buena decisión política si no puede ilustrarse con una fotografía. Vivimos en la época de la imagen en movimiento, pero la imagen más relevante es la que captura un momento determinado. Recurramos a la historia: Churchill, Stalin o Truman resultan respetables en sus retratos fotográficos, pero cuando se les ve en un antiguo noticiero de cine es imposible no pensar en viejecitos que pasean de un lado a otro y se preguntan dónde habrán dejado sus gafas o su audífono.
Pero en el presente más inmediato la fotografía es valorada especialmente. En mi país se celebran unas elecciones, no hay un ganador claro y se han de entablar negociaciones para formar gobierno. En los telediarios vemos a unos señores – y de vez en cuando, a alguna señora – entrando o saliendo con prisa de algunas reuniones en unas salas con una mesa y unos muebles muy feos. Pero sabemos que estamos ante una escenificación, no sólo porque es una historia de la cual conocemos el final, sino porque sabemos que a tal conclusión se llegará cuando unos señores posen para la posteridad, primero en el Saló del Tinell, con la firma de un pacto, y luego en el Palau de la Generalitat, ya como gobernantes. Esta foto contará con un invitado de lujo, quien encabezaba entonces la oposición en España, que sale en la misma con gesto azorado, propio de quien ha empezado ya a calcular los costes y beneficios que le puede reportar tal imagen.
Lo que luego siguió también puede resumirse en fotos. Hay fotos que no se ven, pero que sabemos que existen, porque se utilizan como arma arrojadiza. Corren unas instantáneas por ahí de un señor con bigote, que también salía en las dos fotos anteriores, tomando cañas en Perpignan con José Antonio Urrutikoetxea y Mikel Albisu, que le obligaron a dimitir de su cargo público. Después vendrán las imágenes, demasiadas imágenes: haría falta vivir muchas vidas para olvidarlas, de la tragedia de Madrid. Inmediatamente, el tipo que salía con gesto azorado tras las cortinas de la Generalitat va y gana las elecciones en España y podemos conseguir un resumen bastante apañado de su trayectoria con fotos: los soldados volviendo a casa desde Irak, el primer matrimonio homosexual, dos funcionarias fumando a la entrada de su trabajo… De decisiones que no pueden ilustrarse ni tan siquiera se habla: la evidente tregua entre gobierno e iglesia. No es que una imagen valga más que mil palabras – y lamento no haber podido evitar el tópico -, es que si no hay imagen no podemos convocar a las palabras para que nos la expliquen.
La foto de Mas y Zapatero en la Moncloa es otra conclusión: la de una crónica fotográfica anunciada, por más que sólo conociéramos con plena certeza la presencia de uno de los protagonistas, de Zapatero, que sigue calculando costes y beneficios en su gesto, pero con más aplomo, con la templanza que ya posee alguien al que ya le han hecho miles de fotos. Artur Mas, por su parte, tira como era esperable del mentón para que destaquen su perfil kennedyano y su flequillo. Se supone que con esta imagen se daba por finalizada una historia, la de redacción de un nuevo Estatut, pero parece ser que no, que Carod – que es el tipo del bigote que ya ha salido en tres fotos en esta pequeña crónica – y sus compañeros de formación no están de acuerdo y desean poner los relojes a cero y empezar a preparar la escenografía de una nueva imagen con ellos como protagonistas. El partido del Presidente de la Generalitat y el partido de los que dicen que están a la izquierda del partido del Presidente de la Generalitat ya se conforman con alguna foto más pequeña, anecdótica casi, sin protagonismo, como las de los invitados en una boda en el álbum de fotos de ésta. ¿Por qué? Porque no están en condiciones de pedir nada más. Todavía no conozco ninguna boda en la que la novia se haya casado al final con algún invitado, ni siquiera con el más guapo. En toda esta historia, hay una foto que todos quieren evitar: la de un cartel de su propio partido pidiendo el no en un referéndum junto a otro cartel del Partido Popular, pidiendo lo mismo. De hecho, hay gente del Partido Popular en Cataluña que tampoco querría ver la imagen del cartel de su partido.
Y mientras tanto, clic, clic, se siguen haciendo fotos y la(s) política(s) se sigue(n) elaborando. En el Reino Unido, Blair ocupando el centro ideológico, desplazó a la oposición conservadora más a la derecha, haciéndola ineligible para cualquier elector racional o sensato. En España la apuesta de Zapatero ha sido diferente, aplicando políticas de calado progresista, pero el resultado ha sido el mismo: la derecha se ha enrolado en un anacrónico viaje a las esencias patrias del que será muy difícil regresar sin riesgo probable de naufragar. En el Reino Unido, los tories tuvieron que cambiar su foto electoral, su candidato, para poder encontrar las palabras que le permitieran articular un nuevo discurso. También el Partido Popular tendrá que hacerlo, aunque esperemos que la travesía en el desierto – al menos otra legislatura más -, permita que la protagonista del cartel se llame Soraya, un suponer, y no Esperanza, otro suponer. Por lo demás, la foto más reciente de esta historia – y con la que ésta, paciente lector, concluye -, tiene como protagonista al líder conservador reivindicando una Constitución carpetovetónica de hace dos siglos: es una evidente muestra de la desorientación rampante de la formación conservadora; están desenfocados.
Pero en el presente más inmediato la fotografía es valorada especialmente. En mi país se celebran unas elecciones, no hay un ganador claro y se han de entablar negociaciones para formar gobierno. En los telediarios vemos a unos señores – y de vez en cuando, a alguna señora – entrando o saliendo con prisa de algunas reuniones en unas salas con una mesa y unos muebles muy feos. Pero sabemos que estamos ante una escenificación, no sólo porque es una historia de la cual conocemos el final, sino porque sabemos que a tal conclusión se llegará cuando unos señores posen para la posteridad, primero en el Saló del Tinell, con la firma de un pacto, y luego en el Palau de la Generalitat, ya como gobernantes. Esta foto contará con un invitado de lujo, quien encabezaba entonces la oposición en España, que sale en la misma con gesto azorado, propio de quien ha empezado ya a calcular los costes y beneficios que le puede reportar tal imagen.
Lo que luego siguió también puede resumirse en fotos. Hay fotos que no se ven, pero que sabemos que existen, porque se utilizan como arma arrojadiza. Corren unas instantáneas por ahí de un señor con bigote, que también salía en las dos fotos anteriores, tomando cañas en Perpignan con José Antonio Urrutikoetxea y Mikel Albisu, que le obligaron a dimitir de su cargo público. Después vendrán las imágenes, demasiadas imágenes: haría falta vivir muchas vidas para olvidarlas, de la tragedia de Madrid. Inmediatamente, el tipo que salía con gesto azorado tras las cortinas de la Generalitat va y gana las elecciones en España y podemos conseguir un resumen bastante apañado de su trayectoria con fotos: los soldados volviendo a casa desde Irak, el primer matrimonio homosexual, dos funcionarias fumando a la entrada de su trabajo… De decisiones que no pueden ilustrarse ni tan siquiera se habla: la evidente tregua entre gobierno e iglesia. No es que una imagen valga más que mil palabras – y lamento no haber podido evitar el tópico -, es que si no hay imagen no podemos convocar a las palabras para que nos la expliquen.
La foto de Mas y Zapatero en la Moncloa es otra conclusión: la de una crónica fotográfica anunciada, por más que sólo conociéramos con plena certeza la presencia de uno de los protagonistas, de Zapatero, que sigue calculando costes y beneficios en su gesto, pero con más aplomo, con la templanza que ya posee alguien al que ya le han hecho miles de fotos. Artur Mas, por su parte, tira como era esperable del mentón para que destaquen su perfil kennedyano y su flequillo. Se supone que con esta imagen se daba por finalizada una historia, la de redacción de un nuevo Estatut, pero parece ser que no, que Carod – que es el tipo del bigote que ya ha salido en tres fotos en esta pequeña crónica – y sus compañeros de formación no están de acuerdo y desean poner los relojes a cero y empezar a preparar la escenografía de una nueva imagen con ellos como protagonistas. El partido del Presidente de la Generalitat y el partido de los que dicen que están a la izquierda del partido del Presidente de la Generalitat ya se conforman con alguna foto más pequeña, anecdótica casi, sin protagonismo, como las de los invitados en una boda en el álbum de fotos de ésta. ¿Por qué? Porque no están en condiciones de pedir nada más. Todavía no conozco ninguna boda en la que la novia se haya casado al final con algún invitado, ni siquiera con el más guapo. En toda esta historia, hay una foto que todos quieren evitar: la de un cartel de su propio partido pidiendo el no en un referéndum junto a otro cartel del Partido Popular, pidiendo lo mismo. De hecho, hay gente del Partido Popular en Cataluña que tampoco querría ver la imagen del cartel de su partido.
Y mientras tanto, clic, clic, se siguen haciendo fotos y la(s) política(s) se sigue(n) elaborando. En el Reino Unido, Blair ocupando el centro ideológico, desplazó a la oposición conservadora más a la derecha, haciéndola ineligible para cualquier elector racional o sensato. En España la apuesta de Zapatero ha sido diferente, aplicando políticas de calado progresista, pero el resultado ha sido el mismo: la derecha se ha enrolado en un anacrónico viaje a las esencias patrias del que será muy difícil regresar sin riesgo probable de naufragar. En el Reino Unido, los tories tuvieron que cambiar su foto electoral, su candidato, para poder encontrar las palabras que le permitieran articular un nuevo discurso. También el Partido Popular tendrá que hacerlo, aunque esperemos que la travesía en el desierto – al menos otra legislatura más -, permita que la protagonista del cartel se llame Soraya, un suponer, y no Esperanza, otro suponer. Por lo demás, la foto más reciente de esta historia – y con la que ésta, paciente lector, concluye -, tiene como protagonista al líder conservador reivindicando una Constitución carpetovetónica de hace dos siglos: es una evidente muestra de la desorientación rampante de la formación conservadora; están desenfocados.
Escuchando: Aldo Romano, Louis Sclavis, Henri Texier, African Flashback (Label Bleu). Bellísimo disco, acompañado de un soberbio libro de fotografías de Guy Le Querrec.